Ahora que estoy ya casi instalada en la "rutina" de la vuelta,
no puedo evitar evocar momentos especiales del verano.
Uno de ellos es la noche de las pizzas, que a fuerza de repetirla todos los
años se ha convertido en toda una tradición estival.
Y es que tener entre tus amigos a un italiano (de los de Italia de toda la vida),
un horno moruno (de los morunos de toda la vida) y al "hornero" y artífice
correspondiente y no aprovecharse de semejante lujo no tiene perdón.
Así que ese día, ya desde por la mañana, se amasa, se deja reposar, se
preparan los ingredientes, se enciende el horno, se escoge el lugar de la casa
para servir la cena, se improvisan las mesas...
Y todo eso en compañía de la familia y los amigos. ¿Qué más se puede pedir?
¡Pero cómo no me voy a pasar el día evocando!
Recordando y esperando el verano próximo para reunirnos de nuevo.
¡Ya queda menos!
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